Su aroma se me quedó en el cuerpo, su piel en mis manos.
Recogí lo último que tenía de amor ya que él se lo llevaba todo con su partida y me quedé esperando en la misma banca, donde habíamos estado, mirando hacia la dirección en la que el tren había partido, con la esperanza de que en el último momento haya cambiado de opinión y quisiera bajarse del tren, aunque sea por la ventana…No, eso sólo ocurre en las películas donde todo está bien armado, así que no vi figura queriendo salir del tren ni algo que me avisara de su cambio de opinión; y lo único que visualicé fue la silueta del tren alejándose, pero aún así, permanecí sentada viendo al vacío. “Señorita, el tren pasa de aquí a cuatro horas”, me dijo un señor que traía un bigote muy llamativo y algo pavoroso; me paré y decidí marchar rumbo a casa.
Las calles se llenaron de silencio, situación que aproveché para meditar acerca de mi vida después de su adiós. Sé que suena algo dramático pero compartí con él muchas cosas, muchos años, muchos sueños que tenían lugar en nuestras vidas, nuestra alegría y las discusiones,...sí, algunas discusiones, todo eso era nuestro pero él ya se había marchado y qué iba a hacer yo ahora sin él, si esa casa se quedaba vacía y muda. No llegué a ninguna conclusión de cómo seguir aquí sin él porque toda la bulla de las calles se había concentrado cerca a la estación de radio y ya perturbada de mis pensamientos no tuve más que ir hacia el grupo escandaloso que parecía que se divertían mucho, y eso era lo que necesitaba. Me llamó la atención los carros de colores que estaban ahí, los cuales rodeaban a las personas y más aún que habían personas con pinturas en la cara que estaban dando un espectáculo. Claro, al igual que yo por la pintada que me había dejado Alejandro antes de partir, pero no lo quise borrar y lucí aquella figura en mi cara por todo el camino como si fuera una estrella o un galardón por algo estupendo, aunque tuve la suerte de que una niña se reía de mi, acción que pudo desaparecer por un momento el recuerdo de mi amado.
Descansé en el café que solíamos ir.
Todos los miércoles a las cuatro de la tarde había un lugar para nosotros en el Café L’Source, donde parábamos a hablar de poesía, de sus anécdotas en algún viaje, de los problemas y a hablar de todo un poco. Había prometido que para el miércoles siguiente me iba a recitar uno de sus más recientes escritos y yo estuve muy feliz y ansiosa de que llegara aquel día. Hoy es miércoles, aunque no precisamente las cuatro… pero hoy no habrá poema ni cafés por semanas.
Pedí un amargo expresso mientras escribía en la servilleta su nombre. Las calles se llenaban nuevamente de personas, tal vez la función de momento ya había acabado o tenían muchas cosas que hacer, por lo que decidí andar nuevamente a ver si el viento me quitaba su aroma. Y bueno pues, me equivoqué, la calle no me ayudó en nada porque cada vez que volteaba hacia un lado encontraba algo que me lo recordaba: tal vez un color, una palabra, una canción, una figura, el nombre que gritaban, todo... Era una combinación de emociones, era alegría cuando recordaba los momentos que habíamos vivido y otras de nostalgia al saber que ya no estaría más junto a mí. A pesar de eso, llegar a casa me resultó más rápido que otras veces.
Y como lo dije, la casa era un tumultuoso silencio de casa embrujada, al menos me había dejado su gato al que luego le cambié de nombre y le puse el suyo, así no estaría tan sola. La verdad es que no me agradan demasiado los gatos, me incomoda el hecho de que esos felinos se acerquen a uno y busquen la atención posible, se apeguen demasiado a las piernas y se paseen entre ellas…el ronroneo, eso era lo que no me molestaba, recuerdo que los dos ronroneábamos juntos cuando acariciábamos al chat.
¿Es posible que pueda sobrellevar esta ausencia? Eso debía hacer. Decidí, por entonces, guardar todo aquello que me lo recordara aunque fuera imposible, porque a pesar de ello él decidió irse y dejarme así, aún sabiendo que lo quería, aún sabiendo de nuestros sueños…ya no estoy segura si eran nuestros...
No voy a negar que lo extrañé como nunca pero me fui acostumbrando a ello.
Los días pasaron y debía retomar mis clases de pintura, además empecé a inclinarme por la literatura y ensayaba algunos cuentos cortos.
Durante un tiempo decidí buscar a mis padres y conciliar con ellos. Mi amado ausente me había sacado de ese hogar a mis cortos diecisiete años, lo que le agradecí porque mi familia no era un medio por el cual había de vivir bien ni de sentirme bien. Mi padre era un hombre muy autoritario en casa y quería que las cosas se hagan a su manera, cuestión de la que yo siempre estaba en desacuerdo pues tenía otras ideas en mente, mientras que mi madre…¡Ah!, no sé cómo decirle a ella, dicen que el amor de madre es incondicional pero esa regla no era válido para mí, yo sentí su desamor, su descuido, su querer desaparecerme de la familia, ella se creía perfecta, cada cosa que ella hacía era la correcta a pesar de que afectaba a otras personas especialmente a mí, pero también era triste y lloraba en silencio, se encerraba en su pieza para esconder su dolor y cuando le hablaba para consolarla se mostraba muy distante y fría conmigo, quizá esa actitud era la coraza con la que se defendía. Creo ahora que mi madre me heredó su melancolía.
Tenía una hermana mayor llamada Amelia, la cual me usaba de muñeca, era cruel pero no la culpo porque el ejemplo de casa era igual; en cambio mi hermano menor era de un carácter más pasivo, él era el favorito de mi madre y de mi padre, él era el consentido en todo, hasta Amelia se había dado cuenta de ello y depositaba en mí todo lo que sentía hacia él. La verdad es que no sé porqué fui a buscarlos, quizá era demasiada mi soledad que no importaba lo que me hicieran con tal de estar acompañada; además no sabía cómo iban a recibir a su hija que se escapó de casa, a la hija rebelde y revolucionaria como me habían nombrado.
Llegué a la puerta e iba dar un paso atrás cuando vi a Matías. Gritó mi nombre y me hizo entrar a casa, me sentí como una extraña cuando veía que todo ahí dentro había cambiado de lugar, algunas fotos nuevas, otros cuadros, otra sensación pero la misma conducta de mis padres hacia mí. No me había dado cuenta que mi madre bajaba por las escaleras y me miraba con cierta sorpresa y desdén, con pocas fuerzas escuché que dijo ‘Dios te ha traído de vuelta a casa’ lo que yo respondí con una sonrisa. Me dijo que mi padre había regresado al trabajo, que mi hermana se había casado y que Matías viajaría a Italia la siguiente semana por una beca de estudios. Algo había cambiado en el ambiente, se notaba más sereno y yo –a su vez-, me sentí como la plaga que había salido del hogar para que ellos hicieran su vida plena.
No duré una semana y regresé a mi casa. Desde pequeña me había acostumbrado a ser independiente y autosuficiente porque cuando nací la situación económica de mi familia no estaba bien del todo y debía empleármela como fuera posible, después las cosas surgieron de una mejor manera y obtuvieron los lujos que ellos deseaban y a pesar de todo eso siempre sentí un vacio en casa.
Pasaban –con todos estos acontecimientos- tres meses, dentro de los cuales recibí una carta de mi adorado Alejandro que decía lo siguiente:
19 Feb.,...
Querida Helena, espero que te encuentres bien de salud y con esa vivacidad que te caracteriza siempre.
Debo hacerte saber que no he podido escribirte antes por problemas que se me presentaron en un proyecto que acabo de iniciar satisfactoriamente y que me ha ido muy bien en todo este tiempo a pesar de mis deseos de regresar. No sabes cuán difícil ha sido para mí haber tomado ese tren que nos separó aquel día, lamento estar distanciado de ti y querer abrazarte lo más fuerte posible. Me queda tu aroma a vainilla en mis trajes y en tu bufanda que aún conservo con tanto amor.
El destino esta vez ha sido muy duro conmigo, desearía verte y poder estar a tu lado como antes, espero que algún día nos volvamos a ver y que nada se interponga entre nosotros, disculpa si no fui del todo sincero cuando decidí subirme al tren y despedirme de ti, lamento no poder decirte aún los motivos por el cual tuve que hacer aquello. Solo hacerte saber de mi amor y mi compañía a la distancia si necesitas algo, estaré disponible para ti cuando nuestros caminos estén destinados a reunirse nuevamente.
Me despido sabiendo que me amas de la misma forma en que yo lo hago y que tu corazón perdonará a este hombre por su ausencia. Sé que te debo un poema pero esperaré hasta el día en que nos volvamos a encontrar para hacerte saber de ello y ver tu dulce mirada y aquella hermosa sonrisa.
Siempre tuyo.
Alejandro.