Cuando te vi, me vi a mi misma, con miedo, con sorpresa y alegría escondida. Entonaba en mi mente desde ese día hasta mucho tiempo después tal dichosa canción y la irrealidad volaba en mi cabeza.
Cuando aún con miedo caminé a tu lado y conversamos, mis palabras se encubrieron firmes para asegurar mi confianza, cuando te vi a los ojos me perdía en la profundidad de tu mirada, en el color y en esa a veces esquivas pupilas. Y yo sabía que te amaba.
Cuando cogiste mi mano, la sorpresa me inundó y el corazón se llenó de ilusión, aún no lo podía creer, te tenía ya entre mis manos.
Cuando nos sentamos a conversar y me mostraste parte de ti, tocaste mi alma y mi risa, mi corazón aceleraba y yo ya no era dueña de mi misma. Ahora te tenía entre mis labios y rozaba la belleza de la gloria jamás conocida, llegaste a mi intimidad sin reparos y restricciones.
Cuando fui tuya y del amor mismo, mi alma tocaba el delirio y la irrealidad se volvía mi escena de vida. Conocía tu cuerpo y tu alma, lado a lado de tu corazón, de tu mirada y tu sonrisa. Ya era del amor mismo.
Y cuando caía la noche, en tu hombro reposaba mi cabeza, bañando de besos tu cuello, cubriéndome en tu espalda y llegando a tu corazón.
Jamás imaginé la desdicha que significaría un adiós previsto, algo del cual los dos hablábamos sin detenernos a pensar que se acercaba. Mis ojos lloraron mi salida de tu lado, y poco a poco soltó tu mano.
Sin embargo, la desdicha no terminó en mi salida. Tus bien humanas sensaciones cambiaron de rumbo al igual que las mías:
Mi chico el de los ojos tristes y la sonrisa piadosa, ¿adónde fue tu alma desafortunada en este mundo de lucha y agonías?
Llévate mi calor cuando necesites abrigo y regresa a mi antes que caiga la noche.
¿Te acordarás de mi también mi querido Orfeo?
H.H.