Pensar que alistare mis cosas en esa maleta roja, llevándome esa mochila con algunas cosas que necesitara, despreciando todo recuerdo y echando a la basura los malos momentos para construir un camino a mi manera. Ya nada volverá a ser lo mismo, eso queda claro.
Ya no habrá domingos de acostarnos en su cama hasta las ocho y contar historias pasadas, escucharlos hablar de sus anécdotas de jóvenes o hablando en quechua y adivinando o pidiendo que nos tradujeron lo que acababan de decir, ya no habrá cenas a oscuras con los cuentos de terror, de fantasmas y otros seres que solo viven en sus recuerdos. Pensar que antes detestaba su control y tan solo ahora extraño que me hagan una llamada o llegar a casa a contarles lo que hice aunque no me escucharán, al menos eso, podía escuchar sus voces y saber que estaban ahí.
Las edad les llegó como a todos, los golpeó, los sacudió o los bendijo de acuerdo a sus historias, de acuerdo a sus actos.
A mí me golpea la idea de imaginarios partir.
Me destruye la coraza y esa fortaleza que construí para que aparentara que nada me importara, para verme tan neutral o inexpresiva ante cualquier sentimiento.
En los ojos claros de mi madre olvido los malos momentos entregados y en las líneas del rostro de mi padre, las ausencias y los reproches.
De adolescente creía que estaría mejor sin ellos, que ser libre era incomunicación, apatía e indiferencia y eso fui durante mucho tiempo, siendo juzgada y otras veces comprendida, yo seguía a ciegas y oídos sordos ante lo que ellos reclamaban, evidente desafío y amargura de mi parte.
Deaf Ears
2020
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