miércoles, 25 de diciembre de 2013

"Otro Nuevo Año"


A pocas horas de la Navidad, aquí en Perú, América y Asia ya está casi por celebrarlo nos ponemos a pensar -o al menos yo lo hago- ¿Qué significa Navidad realmente?
Hay que buscar la respuesta dentro de 'nuestros corazones' y nuestros actos...la verdad es que no quiero  escribir acerca de reflexiones que abruman por estas fechas, está la decisión de cada uno generar o no un bienestar propio y a la sociedad.

De todo eso desearles a los  que, como siempre digo, encontraron de casualidad este blog pues que reciban un venturoso Nuevo Año (sé que lo común es decir año nuevo, pero aquí lo llamaremos así), un Nuevo Año lleno de oportunidades, de aventuras, descubrimientos, de felicidad..de hacer lo que uno le plazca y sin dañar a nadie incluso a uno mismo(a). Dejar las situaciones y momentos infelices atrás, así como lo dijo un buen amigo: que este año se convierta en luces y risas las lágrimas pasadas y que en ti siempre alumbre para ti el sol...e  igualmente se los deseo a cada uno de ustedes...
El futuro es hoy.

Feliz Nuevo Año.
Happy new year.
Bonne année.
Feliz ano novo.
Glückliches neues Jahr.
Beatus anni.
Buon anno.
Furaha ya mwaka mpya.
明けましておめでとうございます
Chúc mừng năm mới.


Y les dejo este enlace para una canción que es de  lo más...ustedes opinen:

jueves, 19 de diciembre de 2013

"Fragmentos"


¡Qué locura! Han pasado varios meses, varias cosas en el intervalo de tiempo y aún te extraño.
He querido escribirte varias veces pero el tiempo no me lo permitía, he querido contarte varias cosas que me han pasado y así, sabiendo que no me escucharías, quería decírtelas. ¿Cómo has estado? Espero que muy bien. Casi no sé nada de ti, no te volviste un extraño como lo había imaginado pero sin duda te conozco menos.... 

Siempre he querido y he deseado que seas feliz.

Me dicen y hablan de decisiones y no sé si es la correcta la que he tomado. Siempre he pensado que una buena decisión se toma cuando la persona se siente bien con tal decisión y que no daña a los demás. No sé si te daña a ti pero a mí me duele todos los días. No puedo negarte que me duele mucho y tal vez sea porque así yo lo quiero pero esta decisión la he tomado con determinación y no pienso abandonar esta idea.
Disculpa si te llamo ‘amor’ en mi mente y es la única forma de tenerte de alguna forma cerca de mí aunque siempre estuviste lejos. Perdona si lo que escribo nunca te llegue....
Creo en mi mente que también me extrañas como yo lo hago, que me necesitas, que me recuerdas todo lo que yo recuerdo, que me amas como ahora yo más lo hago... solamente lo creo de forma consoladora.

Te he escrito cinco cartas y no tengo una respuesta. No sé si lo tendré algún día, mientras tanto te digo cómo me siento.

Maldita sea, debo de dejar de buscarte de esa forma incesante, de extrañarte y quererte por cada palabra y cada suspiro al aire. Debería dejar de hacer todo inclusive escribirte, dedicarte cartas y poemas estúpidos que sé que nunca leerás y si lo leyeras te parecerían igual de tontas y estúpidas. Quiero dejar de pensarte al menos una noche, al menos un día...
Y lo peor de todo que puedo escribir muchas más cosas acerca de ti, hojas, páginas de páginas hablando de ti pero es lo que debo evitar, quiero olvidarte pero no se puede, lástima que lo que aconsejó Freud no sirva en este caso: “La mejor manera de olvidar, es recordar”.

Imagínate ser inspiración, ser poesía y recuerdo incesante.Así eras para mí.

Esta noche he sido victima de una hipermnesia donde tu imagen como nunca ha aparecido en mi mente. He recordado desde cómo he empezado a amarte hasta cómo he planeado tu olvido.

El sueño es la vía regia hacia el inconsciente y es ahí donde tú apareces en medio de un sonambulismo, es donde aparece de nuevo ese sentimiento hacia ti, que lo reprimo cuando me hago consciente.

Me he prometido no escribirte ni una carta más pero sin embargo no has faltado en ningún pensamiento de todo este día, de ningún día.

Cuantas veces no te hice yo una promesa aunque tú no lo supieras, cuantas veces te he jurado olvidarte y a la vez que siempre te mantendré en mi corazón.




Fragmentos de un cuento que no terminó


"No puedo dormir sin decirte que..."

















sábado, 7 de diciembre de 2013

¿Así que quieres ser escritor?


Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas.

A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas.

Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
ó clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras,
no lo hagas.

Si lo haces por dinero o fama,
no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.

Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez,
no lo hagas.

Si te cansa sólo pensar en hacerlo,
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro, olvídalo.

Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,
espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.

Si primero tienes que leerlo a tu esposa
ó a tu novia ó a tu novio
ó a tus padres ó a cualquiera,
no estás preparado.

No seas como tantos escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman a sí mismos escritores,
no seas soso y aburrido y pretencioso,
no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo
bostezan hasta dormirse
con esa gente.
No seas uno de ellos.
No lo hagas.

A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,
no lo hagas.

A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
ó hasta que muera en ti.

No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.



                                      Charles Bukowski

jueves, 5 de diciembre de 2013

"Encuentro Fatal"

Cortometraje de 16 minutos (en este caso recortado) que trata sobre un trastorno poco conocido aunque más vivenciado: 'trastorno antisocial de la personalidad' o como le llaman también psicópata o sociópata. Es posible que la mayoría de los criminales tengan de fondo este trastorno.




Qué lleva a un individuo a cometer un crimen, sin sentir miedo o compasión?

De acuerdo a Robert Hare, autoridad mundial en psicología criminal, y profesor de la Universidad de Columbia Británica (Canadá), señala que precisamente la única característica ineludible en un psicópata “es que carecen de emociones, de la capacidad de situarse en el lugar de otra persona para siquiera imaginar su sufrimiento”.

Años atrás el doctor Hare a partir de la revisión de expedientes penitenciarios y a entrevistas realizadas a criminales, concluyó que este tipo de personalidad puede evaluarse mediante una lista de 20 características o síntomas:
1. Locuacidad / Encanto superficial.
2. Egocentrismo / Sensación grandiosa de la autovalía.
3. Necesidad de estimulación / Tendencia al aburrimiento.
4. Mentira patológica.
5. Dirección / Manipulación.
6. Falta de remordimiento y culpabilidad.
7. Escasa profundidad de los afectos.
8. Insensibilidad / Falta de empatía.
9. Estilo de vida parásito.
10. Falta de control conductual.
11. Conducta sexual promiscua.
12. Problemas de conducta precoces.
13. Falta de metas realistas a largo plazo.
14. Impulsividad.
15. Irresponsabilidad.
16. Incapacidad para aceptar la responsabilidad de las propias acciones.
17. Varias relaciones maritales breves.
18. Delincuencia juvenil.
19. Revocación de la libertad condicional.
20. Versatilidad criminal.



sábado, 23 de noviembre de 2013

"Front of the Class"

Si desean conocer más sobre el Sindrome de
Tourette, les dejo este hermoso film. Disfrútenlo.


martes, 19 de noviembre de 2013

"No ser amado es una simple desventura...

...La verdadera desgracia es no saber amar"
                               Albert Camus












lunes, 18 de noviembre de 2013

"Poema de la Despedida"

Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.
Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste... No sé si te quería...
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.
Este cariño triste, y apasionado, y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho... no sé si te amé poco;
pero sí sé que nunca volveré a amar así.
Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.
Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,
mi más hermoso sueño muere dentro de mí...
Pero te digo adiós, para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.

                                             José Ángel Buesa

martes, 5 de noviembre de 2013

Karma Police Panic! at the Disco




Sin duda un buen cover de Radiohead.

"El gato negro"



No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir.

Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.

Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.

Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.
Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.
Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.

Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.
Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.
Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.

El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.
La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.
No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.
Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.
Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.

Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.
Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.
Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.

Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.
Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.
El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.
Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen delpatíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!
Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.

Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.

Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.
Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.
El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.
No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano".
Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.
Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.

Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.
-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez.

Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.

¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.

Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror.

Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!


"The Black Cat"
Edgar Allan Poe

"Al Perderte yo a ti"

Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:
yo porque tú eras lo que yo más amaba
y tú porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti
pero a ti no te amarán como te amaba yo.

De: Epigramas
                                                              Ernesto Cardenal

viernes, 1 de noviembre de 2013

"De noche"


Amo la noche y también me atemoriza.

Escuché a alguien decir por ahí que muchas cosas suelen cambiar y sinceramente así es, mientras vas creciendo hay cosas que se van y nuevas responsabilidades.
Hey ya eres adulto, como lo quisiste, ser libre y al parecer te sientes más esclavo de tu tiempo e incluso de una boba rutina, rutina que dijiste que sabrías manejar con cuidado para no presionarte.

Extraño las noches en las que me quedaba como ahora escribiendo algo, narrando historias ficticias de un amor inventado, historias que tal vez hayan pasado o me hayan contado, de una casa embrujada o alguna canción que pueda compartir. Ya no puedo disfrutar de esa noche que me acompañaba todo los días -o la mayor parte-, y cuando despertaba no era tan cansado, en cambio ahora...ah! ahora todo es aburrido, ya no hay noches de lectura ni escritura, hay cansancio y desgano...y mañanas de sonambulismo permanente.

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¿Quien iba a pensar que extrañaría el trabajo? Por más que regresase muy agotada, desde que alguien que llamó enojada y quise mandarlo al diablo hasta las dulces y amables voces que portaban ciertas personas. A mis compañeros que me hacían reír -jajaja - si y a alguien que lo 'agarraba de punto' para hacer bromas inclusive a ese ser que por más amable y cortés que había sido antes en el último día se había portado como la persona basura que jamás pude haber conocido, a él igual lo extraño, el de los ojos color ocaso de playa.

Válgase! decir que estudiaba psicología fue de lo peor y mas aun cuando les mencioné que llevaba pruebas o aplicaciones de test... creo tener las pruebas de al menos de 7 de mis compañeros y unas que estaban pendientes pero jamás regresé.

Ocupaba mi mayor tiempo, era cansado pero creo que un poco más alegre que ahora. Reía más horas.
Y para qué pedí más tiempo libre? aún no lo sé, los desordenes de mi vida aun siguen intactas, aunque con mayor retraso que antes, un recuerdo vago que va por mi mente.

¡Dios Mío! me siento identificada con cada una de las patologías que me presentan en clase. Esto de llamar a alguien en clase por un sobrenombre también me está mareando. Al menos sé que mi amiga si tiene TOC o sino un tp obsesivo, estoy segura que una de esas. Otro compañero sufre de un tipo de fobia, de fobia al profesor y sus exámenes... es generalizado, estamos condicionados con esos ataques de pánico, de alucinaciones auditivas, fotoamas, de bradipsiquia, de apraxias del habla, de Sacks! amo el libro de Sacks, si alguien puede conseguirlo sería estupendo 'Awakening' y 'El hombre que confundió a su mujer con un sombrero'. No lo descarguen de internet porque seguro les sale solo el primer capítulo que lleva el mismo nombre del libro... se los digo porque una amiga me hace recordar desde esa vez que le dije que tan solo eran 27 páginas de las cuales ella leyó entusiasmada... pero que luego nos enteramos que eran mas de 150 hojas las que componían el libro! Son historias, páginas y casos interesantes, a quien le llame la atención algo de medicina, historias de suspenso y de misterio les agradara este libro... no sabes de las alteraciones con las que uno se puede encontrar. De ahí encontré al gran síndrome de Korsakoff que sinceramente me agradó en 'el marinero perdido' o sino la de ... no recuerdo, pero es una lectura mucho más adelante.

Cuanto extrañaba escribir algo asi, tal vez sea productivo para algunos (por lo de las lecturas) y tal vez para otros solo un 'pasaje de la vida de la escritora'...al menos de algo estoy segura, que no hago historias o relatos taan aburridos como para que haya llegado al final leyendo todo esto. En fin, no sé para quienes lean y chequean esta páginas y para los que lo encuentran de casualidad buen día y muchos éxitos en la vida.
                                                                     
                                                                     "Hoy es el futuro"
                                   (Mayormente digo esta frase y muchos están en desacuerdo o no entienden, pero a lo que me refiero es que muchos dejan cosas para el mañana, cosas como hey estudiaré, buscaré un empleo, saldré de casa, le diré que la (lo) amo, algún día seré feliz...pero porqué ver tan lejano el futuro y cada día viene siendo el futuro, el mañana en el cual debemos ejecutar lo que planeemos..)



jueves, 24 de octubre de 2013

"Esta será mi venganza"


Esta será mi venganza:
Que un día llegue a tus manos el libro de un poeta
famoso
y leas estas líneas que el autor escribió para ti
y tú no lo sepas.

                                         Ernesto Cardenal


sábado, 19 de octubre de 2013

"Tú, que nunca serás"

Sábado fue, y capricho el beso dado,
capricho de varón, audaz y fino,
mas fue dulce el capricho masculino
a este mi corazón, lobezno alado.

No es que crea, no creo, si inclinado
sobre mis manos te sentí divino,
y me embriagué. Comprendo que este vino
no es para mí, mas juega y rueda el dado.

Yo soy esa mujer que vive alerta,
tú el tremendo varón que se despierta
en un torrente que se ensancha en río,
y más se encrespa mientras corre y poda.
Ah, me resisto, más me tiene toda,
tú, que nunca serás del todo mío.

                                           Alfonsina Storni

martes, 8 de octubre de 2013

"Los Gallinazos sin plumas"

A las seis de la mañana la ciudad se levanta de puntillas y comienza a dar sus primeros pasos. Una fina niebla disuelve el perfil de los objetos y crea como una atmósfera encantada. Las personas que recorren la ciudad a esta hora parece que están hechas de otra sustancia, que pertenecen a un orden de vida fantasmal. Las beatas se arrastran penosamente hasta desaparecer en los pórticos de las iglesias. Los noctámbulos, macerados por la noche, regresan a sus casas envueltos en sus bufandas y en su melancolía. Los basureros inician por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta hora se ve también obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando contra los árboles, canillitas morados de frío, sirvientas sacando los cubos de basura. A esta hora, por último, como a una especie de misteriosa consigna, aparecen los gallinazos1 sin plumas.

A esta hora el viejo don Santos se pone la pierna de palo y sentándose en el colchón comienza a berrear:

-¡A levantarse! ¡Efraín, Enrique! ¡Ya es hora!

Los dos muchachos corren a la acequia del corralón frotándose los ojos legañosos. Con la tranquilidad de la noche el agua se ha remansado y en su fondo transparente se ven crecer yerbas y deslizarse ágiles infusorios. Luego de enjuagarse la cara, coge cada cual su lata y se lanzan a la calle. Don Santos, mientras tanto, se aproxima al chiquero y con su larga vara golpea el lomo de su cerdo que se revuelca entre los desperdicios.

-¡Todavía te falta un poco, marrano! Pero aguarda no más, que ya llegará tu turno.

Efraín y Enrique se demoran en el camino, trepándose a los árboles para arrancar moras o recogiendo piedras, de aquellas filudas que cortan el aire y hieren por la espalda. Siendo aún la hora celeste llegan a su dominio, una larga calle ornada de casas elegantes que desemboca en el malecón.

Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros suburbios alguien ha dado la voz de alarma y muchos se han levantado. Unos portan latas, otros cajas de cartón, a veces sólo basta un periódico viejo. Sin conocerse forman una especie de organización clandestina que tiene repartida toda la ciudad. Los hay que merodean por los edificios públicos, otros han elegido los parques o los muladares. Hasta los perros han adquirido sus hábitos, sus itinerarios, sabiamente aleccionados por la miseria.

Efraín y Enrique, después de un breve descanso, empiezan su trabajo. Cada uno escoge una acera de la calle. Los cubos de basura están alineados delante de las puertas. Hay que vaciarlos íntegramente y luego comenzar la exploración. Un cubo de basura es siempre una caja de sorpresas. Se encuentran latas de sardinas, zapatos viejos, pedazos de pan, pericotes muertos, algodones inmundos. A ellos sólo les interesan los restos de comida. En el fondo del chiquero, Pascual recibe cualquier cosa y tiene predilección por las verduras ligeramente descompuestas. La pequeña lata de cada uno se va llenando de tomates podridos, pedazos de sebo, extrañas salsas que no figuran en ningún manual de cocina. No es raro, sin embargo, hacer un hallazgo valioso. Un día Efraín encontró unos tirantes con los que fabricó una honda. Otra vez una pera casi buena que devoró en el acto. Enrique, en cambio, tiene suerte para las cajitas de remedios, los pomos brillantes, las escobillas de dientes usadas y otras cosas semejantes que colecciona con avidez.

Después de una rigurosa selección regresan la basura al cubo y se lanzan sobre el próximo. No conviene demorarse mucho porque el enemigo siempre está al acecho. A veces son sorprendidos por las sirvientas y tienen que huir dejando regado su botín. Pero, con más frecuencia, es el carro de la Baja Policía el que aparece y entonces la jornada está perdida.

Cuando el sol asoma sobre las lomas, la hora celeste llega a su fin. La niebla se ha disuelto, las beatas están sumidas en éxtasis, los noctámbulos duermen, los canillitas han repartido los diarios, los obreros trepan a los andamios. La luz desvanece el mundo mágico del alba. Los gallinazos sin plumas han regresado a su nido.

Don Santos los esperaba con el café preparado.

-A ver, ¿qué cosa me han traído?

Husmeaba entre las latas y si la provisión estaba buena hacía siempre el mismo comentario:

-Pascual tendrá banquete hoy día.

Pero la mayoría de las veces estallaba:

-¡Idiotas! ¿Qué han hecho hoy día? ¡Se han puesto a jugar seguramente! ¡Pascual se morirá de hambre!

Ellos huían hacia el emparrado, con las orejas ardientes de los pescozones, mientras el viejo se arrastraba hasta el chiquero. Desde el fondo de su reducto el cerdo empezaba a gruñir. Don Santos le aventaba la comida.

-¡Mi pobre Pascual! Hoy día te quedarás con hambre por culpa de estos zamarros. Ellos no te engríen como yo. ¡Habrá que zurrarlos para que aprendan!

Al comenzar el invierno el cerdo estaba convertido en una especie de monstruo insaciable. Todo le parecía poco y don Santos se vengaba en sus nietos del hambre del animal. Los obligaba a levantarse más temprano, a invadir los terrenos ajenos en busca de más desperdicios. Por último los forzó a que se dirigieran hasta el muladar que estaba al borde del mar.

-Allí encontrarán más cosas. Será más fácil además porque todo está junto.

Un domingo, Efraín y Enrique llegaron al barranco. Los carros de la Baja Policía, siguiendo una huella de tierra, descargaban la basura sobre una pendiente de piedras. Visto desde el malecón, el muladar formaba una especie de acantilado oscuro y humeante, donde los gallinazos y los perros se desplazaban como hormigas. Desde lejos los muchachos arrojaron piedras para espantar a sus enemigos. El perro se retiró aullando. Cuando estuvieron cerca sintieron un olor nauseabundo que penetró hasta sus pulmones. Los pies se les hundían en un alto de plumas, de excrementos, de materias descompuestas o quemadas. Enterrando las manos comenzaron la exploración. A veces, bajo un periódico amarillento, descubrían una carroña devorada a medios. En los acantilados próximos los gallinazos espiaban impacientes y algunos se acercaban saltando de piedra en piedra, como si quisieran acorralarlos. Efraín gritaba para intimidarlos y sus gritos resonaban en el desfiladero y hacían desprenderse guijarros que rodaban hacía el mar. Después de una hora de trabajo regresaron al corralón con los cubos llenos.

-¡Bravo! -exclamó don Santos-. Habrá que repetir esto dos o tres veces por semana.

Desde entonces, los miércoles y los domingos, Efraín y Enrique hacían el trote hasta el muladar. Pronto formaron parte de la extraña fauna de esos lugares y los gallinazos, acostumbrados a su presencia, laboraban a su lado, graznando, aleteando, escarbando con sus picos amarillos, como ayudándoles a descubrir la pista de la preciosa suciedad.

Fue al regresar de una de esas excursiones que Efraín sintió un dolor en la planta del pie. Un vidrio le había causado una pequeña herida. Al día siguiente tenía el pie hinchado, no obstante lo cual prosiguió su trabajo. Cuando regresaron no podía casi caminar, pero don Santos no se percató de ello, pues tenía visita. Acompañado de un hombre gordo que tenía las manos manchadas de sangre, observaba el chiquero.

-Dentro de veinte o treinta días vendré por acá -decía el hombre-. Para esa fecha creo que podrá estar a punto.

Cuando partió, don Santos echaba fuego por los ojos.

-¡A trabajar! ¡A trabajar! ¡De ahora en adelante habrá que aumentar la ración de Pascual! El negocio anda sobre rieles.

A la mañana siguiente, sin embargo, cuando don Santos despertó a sus nietos, Efraín no se pudo levantar.

-Tiene una herida en el pie -explicó Enrique-. Ayer se cortó con un vidrio.

Don Santos examinó el pie de su nieto. La infección había comenzado.

-¡Esas son patrañas! Que se lave el pie en la acequia y que se envuelva con un trapo.

-¡Pero si le duele! -intervino Enrique-. No puede caminar bien.

Don Santos meditó un momento. Desde el chiquero llegaban los gruñidos de Pascual.

-Y ¿a mí? -preguntó dándose un palmazo en la pierna de palo-. ¿Acaso no me duele la pierna? Y yo tengo setenta años y yo trabajo... ¡Hay que dejarse de mañas!

Efraín salió a la calle con su lata, apoyado en el hombro de su hermano. Media hora después regresaron con los cubos casi vacíos.

-¡No podía más! -dijo Enrique al abuelo-. Efraín está medio cojo.

Don Santos observó a sus dos nietos como si meditara una sentencia.

-Bien, bien -dijo rascándose la barba rala y cogiendo a Efraín del pescuezo lo arreó hacia el cuarto-. ¡Los enfermos a la cama! ¡A podrirse sobre el colchón! Y tú harás la tarea de tu hermano. ¡Vete ahora mismo al muladar!

Cerca de mediodía Enrique regresó con los cubos repletos. Lo seguía un extraño visitante: un perro escuálido y medio sarnoso.

-Lo encontré en el muladar -explicó Enrique -y me ha venido siguiendo.

Don Santos cogió la vara.

-¡Una boca más en el corralón!

Enrique levantó al perro contra su pecho y huyó hacia la puerta.

-¡No le hagas nada, abuelito! Le daré yo de mi comida.

Don Santos se acercó, hundiendo su pierna de palo en el lodo.

-¡Nada de perros aquí! ¡Ya tengo bastante con ustedes!

Enrique abrió la puerta de la calle.

-Si se va él, me voy yo también.

El abuelo se detuvo. Enrique aprovechó para insistir:

-No come casi nada..., mira lo flaco que está. Además, desde que Efraín está enfermo, me ayudará. Conoce bien el muladar y tiene buena nariz para la basura.

Don Santos reflexionó, mirando el cielo donde se condensaba la garúa. Sin decir nada, soltó la vara, cogió los cubos y se fue rengueando hasta el chiquero.

Enrique sonrió de alegría y con su amigo aferrado al corazón corrió donde su hermano.

-¡Pascual, Pascual... Pascualito! -cantaba el abuelo.

-Tú te llamarás Pedro -dijo Enrique acariciando la cabeza de su perro e ingresó donde Efraín.

Su alegría se esfumó: Efraín inundado de sudor se revolcaba de dolor sobre el colchón. Tenía el pie hinchado, como si fuera de jebe y estuviera lleno de aire. Los dedos habían perdido casi su forma.

-Te he traído este regalo, mira -dijo mostrando al perro-. Se llama Pedro, es para ti, para que te acompañe... Cuando yo me vaya al muladar te lo dejaré y los dos jugarán todo el día. Le enseñarás a que te traiga piedras en la boca.

¿Y el abuelo? -preguntó Efraín extendiendo su mano hacia el animal.

-El abuelo no dice nada -suspiró Enrique.

Ambos miraron hacia la puerta. La garúa había empezado a caer. La voz del abuelo llegaba:

-¡Pascual, Pascual... Pascualito!

Esa misma noche salió luna llena. Ambos nietos se inquietaron, porque en esta época el abuelo se ponía intratable. Desde el atardecer lo vieron rondando por el corralón, hablando solo, dando de varillazos al emparrado. Por momentos se aproximaba al cuarto, echaba una mirada a su interior y al ver a sus nietos silenciosos, lanzaba un salivazo cargado de rencor. Pedro le tenía miedo y cada vez que lo veía se acurrucaba y quedaba inmóvil como una piedra.

-¡Mugre, nada más que mugre! -repitió toda la noche el abuelo, mirando la luna.

A la mañana siguiente Enrique amaneció resfriado. El viejo, que lo sintió estornudar en la madrugada, no dijo nada. En el fondo, sin embargo, presentía una catástrofe. Si Enrique enfermaba, ¿quién se ocuparía de Pascual? La voracidad del cerdo crecía con su gordura. Gruñía por las tardes con el hocico enterrado en el fango. Del corralón de Nemesio, que vivía a una cuadra, se habían venido a quejar.

Al segundo día sucedió lo inevitable: Enrique no se pudo levantar. Había tosido toda la noche y la mañana lo sorprendió temblando, quemado por la fiebre.

-¿Tú también? -preguntó el abuelo.

Enrique señaló su pecho, que roncaba. El abuelo salió furioso del cuarto. Cinco minutos después regresó.

-¡Está muy mal engañarme de esta manera! -plañía-. Abusan de mí porque no puedo caminar. Saben bien que soy viejo, que soy cojo. ¡De otra manera los mandaría al diablo y me ocuparía yo solo de Pascual!

Efraín se despertó quejándose y Enrique comenzó a toser.

-¡Pero no importa! Yo me encargaré de él. ¡Ustedes son basura, nada más que basura! ¡Unos pobres gallinazos sin plumas! Ya verán cómo les saco ventaja. El abuelo está fuerte todavía. ¡Pero eso sí, hoy día no habrá comida para ustedes! ¡No habrá comida hasta que no puedan levantarse y trabajar!

A través del umbral lo vieron levantar las latas en vilo y volcarse en la calle. Media hora después regresó aplastado. Sin la ligereza de sus nietos el carro de la Baja Policía lo había ganado. Los perros, además, habían querido morderlo.

-¡Pedazos de mugre! ¡Ya saben, se quedarán sin comida hasta que no trabajen!

Al día siguiente trató de repetir la operación pero tuvo que renunciar. Su pierna de palo había perdido la costumbre de las pistas de asfalto, de las duras aceras y cada paso que daba era como un lanzazo en la ingle. A la hora celeste del tercer día quedó desplomado en su colchón, sin otro ánimo que para el insulto.

-¡Si se muere de hambre -gritaba -será por culpa de ustedes!

Desde entonces empezaron unos días angustiosos, interminables. Los tres pasaban el día encerrados en el cuarto, sin hablar, sufriendo una especie de reclusión forzosa. Efraín se revolcaba sin tregua, Enrique tosía. Pedro se levantaba y después de hacer un recorrido por el corralón, regresaba con una piedra en la boca, que depositaba en las manos de sus amos. Don Santos, a medio acostar, jugaba con su pierna de palo y les lanzaba miradas feroces. A mediodía se arrastraba hasta la esquina del terreno donde crecían verduras y preparaba su almuerzo, que devoraba en secreto. A veces aventaba a la cama de sus nietos alguna lechuga o una zanahoria cruda, con el propósito de excitar su apetito creyendo así hacer más refinado su castigo.

Efraín ya no tenía fuerzas para quejarse. Solamente Enrique sentía crecer en su corazón un miedo extraño y al mirar a los ojos del abuelo creía desconocerlo, como si ellos hubieran perdido su expresión humana. Por las noches, cuando la luna se levantaba, cogía a Pedro entre sus brazos y lo aplastaba tiernamente hasta hacerlo gemir. A esa hora el cerdo comenzaba a gruñir y el abuelo se quejaba como si lo estuvieran ahorcando. A veces se ceñía la pierna de palo y salía al corralón. A la luz de la luna Enrique lo veía ir diez veces del chiquero a la huerta, levantando los puños, atropellando lo que encontraba en su camino. Por último reingresaba en su cuarto y se quedaba mirándolos fijamente, como si quisiera hacerlos responsables del hambre de Pascual.

La última noche de luna llena nadie pudo dormir. Pascual lanzaba verdaderos rugidos. Enrique había oído decir que los cerdos, cuando tenían hambre, se volvían locos como los hombres. El abuelo permaneció en vela, sin apagar siquiera el farol. Esta vez no salió al corralón ni maldijo entre dientes. Hundido en su colchón miraba fijamente la puerta. Parecía amasar dentro de sí una cólera muy vieja, jugar con ella, aprestarse a dispararla. Cuando el cielo comenzó a desteñirse sobre las lomas, abrió la boca, mantuvo su oscura oquedad vuelta hacia sus nietos y lanzó un rugido:

¡Arriba, arriba, arriba! -los golpes comenzaron a llover-. ¡A levantarse haraganes! ¿Hasta cuándo vamos a estar así? ¡Esto se acabó! ¡De pie!...

Efraín se echó a llorar, Enrique se levantó, aplastándose contra la pared. Los ojos del abuelo parecían fascinarlo hasta volverlo insensible a los golpes. Veía la vara alzarse y abatirse sobre su cabeza como si fuera una vara de cartón. Al fin pudo reaccionar.

-¡A Efraín no! ¡Él no tiene la culpa! ¡Déjame a mí solo, yo saldré, yo iré al muladar!

El abuelo se contuvo jadeante. Tardó mucho en recuperar el aliento.

-Ahora mismo... al muladar... lleva los dos cubos, cuatro cubos...

Enrique se apartó, cogió los cubos y se alejó a la carrera. La fatiga del hambre y de la convalecencia lo hacían trastabillar. Cuando abrió la puerta del corralón, Pedro quiso seguirlo.

-Tú no. Quédate aquí cuidando a Efraín.

Y se lanzó a la calle respirando a pleno pulmón el aire de la mañana. En el camino comió yerbas, estuvo a punto de mascar la tierra. Todo lo veía a través de una niebla mágica. La debilidad lo hacía ligero, etéreo: volaba casi como un pájaro. En el muladar se sintió un gallinazo más entre los gallinazos. Cuando los cubos estuvieron rebosantes emprendió el regreso. Las beatas, los noctámbulos, los canillitas descalzos, todas las secreciones del alba comenzaban a dispersarse por la ciudad. Enrique, devuelto a su mundo, caminaba feliz entre ellos, en su mundo de perros y fantasmas, tocado por la hora celeste.

Al entrar al corralón sintió un aire opresor, resistente, que lo obligó a detenerse. Era como si allí, en el dintel, terminara un mundo y comenzara otro fabricado de barro, de rugidos, de absurdas penitencias. Lo sorprendente era, sin embargo, que esta vez reinaba en el corralón una calma cargada de malos presagios, como si toda la violencia estuviera en equilibrio, a punto de desplomarse. El abuelo, parado al borde del chiquero, miraba hacia el fondo. Parecía un árbol creciendo desde su pierna de palo. Enrique hizo ruido pero el abuelo no se movió.

-¡Aquí están los cubos!

Don Santos le volvió la espalda y quedó inmóvil. Enrique soltó los cubos y corrió intrigado hasta el cuarto. Efraín apenas lo vio, comenzó a gemir:

-Pedro... Pedro...

-¿Qué pasa?

-Pedro ha mordido al abuelo... el abuelo cogió la vara... después lo sentí aullar.

Enrique salió del cuarto.

-¡Pedro, ven aquí! ¿Dónde estás, Pedro?

Nadie le respondió. El abuelo seguía inmóvil, con la mirada en la pared. Enrique tuvo un mal presentimiento. De un salto se acercó al viejo.

-¿Dónde está Pedro?

Su mirada descendió al chiquero. Pascual devoraba algo en medio del lodo. Aún quedaban las piernas y el rabo del perro.

-¡No! -gritó Enrique tapándose los ojos-. ¡No, no! -y a través de las lágrimas buscó la mirada del abuelo. Este la rehuyó, girando torpemente sobre su pierna de palo. Enrique comenzó a danzar en torno suyo, prendiéndose de su camisa, gritando, pataleando, tratando de mirar sus ojos, de encontrar una respuesta.

-¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué?

El abuelo no respondía. Por último, impaciente, dio un manotón a su nieto que lo hizo rodar por tierra. Desde allí Enrique observó al viejo que, erguido como un gigante, miraba obstinadamente el festín de Pascual. Estirando la mano encontró la vara que tenía el extremo manchado de sangre. Con ella se levantó de puntillas y se acercó al viejo.

-¡Voltea! -gritó-. ¡Voltea!

Cuando don Santos se volvió, divisó la vara que cortaba el aire y se estrellaba contra su pómulo.

-¡Toma! -chilló Enrique y levantó nuevamente la mano. Pero súbitamente se detuvo, temeroso de lo que estaba haciendo y, lanzando la vara a su alrededor, miró al abuelo casi arrepentido. El viejo, cogiéndose el rostro, retrocedió un paso, su pierna de palo tocó tierra húmeda, resbaló, y dando un alarido se precipitó de espaldas al chiquero.

Enrique retrocedió unos pasos. Primero aguzó el oído pero no se escuchaba ningún ruido. Poco a poco se fue aproximando. El abuelo, con la pata de palo quebrada, estaba de espaldas en el fango. Tenía la boca abierta y sus ojos buscaban a Pascual, que se había refugiado en un ángulo y husmeaba sospechosamente el lodo. Enrique se fue retirando, con el mismo sigilo con que se había aproximado. Probablemente el abuelo alcanzó a divisarlo pues mientras corría hacia el cuarto le pareció que lo llamaba por su nombre, con un tono de ternura que él nunca había escuchado.

¡ A mí, Enrique, a mí!...

-¡Pronto! -exclamó Enrique, precipitándose sobre su hermano -¡Pronto, Efraín! ¡El viejo se ha caído al chiquero! ¿Debemos irnos de acá!

-¿Adónde? -preguntó Efraín.

-¿Adonde sea, al muladar, donde podamos comer algo, donde los gallinazos!

-¡No me puedo parar!

Enrique cogió a su hermano con ambas manos y lo estrechó contra su pecho. Abrazados hasta formar una sola persona cruzaron lentamente el corralón. Cuando abrieron el portón de la calle se dieron cuenta que la hora celeste había terminado y que la ciudad, despierta y viva, abría ante ellos su gigantesca mandíbula.

Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.




Julio Ramón Ribeyro

viernes, 27 de septiembre de 2013

"Carta primera" (Parte V)


2 de Junio...


Para él:

Las ganas de escribirte me atraparon otra vez, pero creo que es necesario tomar una decisión respecto a mis sentimientos, pensamientos y acciones. Y he tomado una respecto a ti: te olvidaré. Pero esta vez es en verdad, nada de juramentos ni promesas de momento, sino uno que tendré que cumplir.

Lo primero es separarme de ti parcialmente hasta que no nos conozcamos de nuevo, pero esto de planear alejarme ya lo hiciste tú y solo queda dejar así las cosas; por lo tanto, lo que planeo es ocupar el mayor tiempo posible para que no regreses a mi mente como lo haces cada noche. No sé si las noches se hicieron para recordar y pensarte pero son en estos momentos en la que vienes más a mi mente.


Es preciso olvidarte.

No pretendo elegir por los dos pero creo que es la decisión correcta. No sé cuanto signifique para ti esta decisión que estoy tomando por mi bien y si es posible, por el tuyo. No quiero que te sientas atado o con algo pendiente cuando tú has escogido irte y tal vez no regresar.
Tal vez hayan momentos en las que quiera romper esta promesa pero tendré que ser fuerte y lograré lo que me proponga ahora, no caeré en sentimentalismos ni esas clases de amor ‘barato’ que me enseñaste. No, no haré nada de eso, no te lo puedo asegurar pero solo te digo que será de ese modo.
Hemos compartido más que mucho durante el tiempo que hemos intercambiado palabras, caricias y sentimientos; no digo que nos ‘conocemos’ porque ya estoy dudando de ello.
Debo agradecer que ha influido en mí de una forma positiva, me agradaba tu forma de ser en referencia que se tratara de ver el mundo y eso lo tendré presente toda la vida; además de agradecerte porque me sacaste de un martirio de casa donde vivía.
Te confieso que antes sentía un ligero odio hacia ti, antes de amarte te odiaba. Me desagradaba tu escondido materialismo y tu actitud de conocer todo el mundo, tu ausencia de vez en cuando y un sutil desprecio. Dicen que el odio es igual al amor, al menos los neurólogos mencionan que segregamos la misma hormona, por lo que no fue tan difícil pasar de un ‘odio’ al amor.
Siempre hablabas de ti. Eran solo cosas tuyas, tus problemas, tus alegrías, eras sólo tú, siempre te escuché y me interesaba en lo que decías para desahogarte y ver si juntos encontrábamos una solución pero eran muy pocas las veces que preguntabas por mí y luego cuando lo hacías te distraía un buen libro, una película...no me escuchabas. Sí, sí esto parecía un buen romance, una buena relación pero habían momentos como estos.


Solo tengo que contarte esto, desde ahora se va tu recuerdo de mí.


                                                  Adiós mi adorado Alejandro


                                                                                 Helena

lunes, 26 de agosto de 2013

"Imanes de Café" (Parte IV)


Llegue lo más tarde posible a casa tratando de olvidar todo el mal rato.

Después de ese día y esa carta todo debía seguir igual, al menos eso me propuse luego de pensarlo mucho: Trataría de ocupar el tiempo posible para no recordar ningún hecho doloroso.

Me fui de viaje con Bruno hacia su país, me invitó a conocerlo y también para acercarse con la familia que tenía por allá... que lo había dejado olvidado, desconociendo todo aquello que lo había acogido en su infancia.

Me quede por Panamá como cinco meses ya que seguiría un curso de artes plásticas, una de las materias que también me apasionaba. Además que era, después de muchos años ir hacia otro país, al otro lado del mundo.

Al llegar caminamos por la orilla de las playas que descubrían un hermoso manto azul y reflejaba el cielo con ese enorme sol que nos acompañó todo el viaje, era simplemente como ver un cristal que cambiaba de color con la luz del sol. Me gustó viajar a Panamá por esa cantidad de días así de paso trataba de buscar esos nuevos horizontes que tanto me había hablado Bruno luego de haberme escuchado decir tal palabra en la cafetería y que por cierto me lo recordaba en cada momento, sobre todo cuando veía en mi rostro una expresión de molestia con lo que al traerme ese episodio a la memoria me hacía reír.

Comenzar clases allá fue una experiencia distinta. Las personas eran mucho más cálidas y mucho más amables de las que lamentablemente yo había conocido. De esta parte tuve la suerte de conocer a una persona a la que quise pero de una manera fugaz; pero no porque yo quisiera, sino porque tuvo que ser así (de nuevo, el destino).

Se llamaba Francisco y estaba en las clases de artes plásticas. Creo que empecé a quererlo, primero como un tipo de admiración y luego con un amor un poco loco. Nunca concretamos si había una relación entre los dos, ninguno de nosotros habló de ello pero era como una especie de ‘amor sin proclamar’; es decir que no había relación formal pero sabíamos ambos que nos ‘queríamos’, al menos por algunas semanas. Tal vez, más que nada, era una ilusión que duró un mes y algunos días.

Nos conocimos en la clase cuando compartimos grupo en un trabajo de tallado. Tenía unos ojos oscuros muy hermosos que brillaban con la luz del día y sus manos que eran a la medida de las mías. Como lo dije antes, no había relación formal por la que podíamos mencionar que estábamos juntos, aunque nos comportábamos como si hubiese algo. Él tenía la costumbre –nuestra costumbre- de caminar de la mano; por lo que había una contradicción en mi, estaba entre si es lo correcto o no lo es, pero esos ojos, esos ojos al que yo lo denominé como “imanes” me atraían y hacía que esa conciencia no tenga poder sobre mi voluntad; era algo distinto realmente. Algunas ocasiones escribía en un papel o pintaba recuadros que me los dedicaba; hasta el punto que parecía sustituir los brazos de mi amado ‘gato’.

Quizá era solo de momento y fugaz, lo quería en las clases, lo quería en nuestro ambiente pero.... pero Alejandro, mi adorado Alejandro me seguía hacia donde yo iba, se asomaba en pequeños espacios que yo tenía libre o que me encontraba descansando. Era en menor tiempo que antes, su imagen y su compañía, el recuerdo y los sentimientos que en ese momento se encontraban confundidos.

Y como lo dije, así de fugaz y pasajero fue el amor hacia Francisco y nos fuimos alejando. Para esto, nuestros amigos en común, organizaron una reunión en la que yo no pude asistir porque Bruno había enfermado y debía cuidarlo. Desde ahí fue el deterioro de ese tipo de amor tan extraño, ni yo pregunté ni él me contó lo que pudo haber ocurrido; por lo que hubo una separación que ambos ya sabíamos. Parece que al iniciar la semana de clases me sorprendió con que tenía una novia, novia que recién estrenaba desde aquella fiesta... y de esto tuve que enterarme por una compañera de clases que no sé porqué me lo dijo de esa manera tan misteriosa “ya lo sabrás”; creo que ni si quiera me lo hubiera dicho porque era muy evidente en las sesiones de práctica además que el dichoso señor ni me miraba a los ojos y me evitaba totalmente. Concluí luego que era un amor voluble así que lo dejé volar y la verdad puedo decir que no ha sido tan doloroso a comparación de la historia que ustedes ya conocen.

No he sabido más de él. Terminó el curso y regresé junto con Bruno hacia Francia a seguir con los estudios y... recuerdos.

Ahora, después de ese curso de arte planeaba tantas cosas nuevas. Ya no estudiaría arte, sino algo totalmente diferente a una vida bohemia de la que ya llevaba... a mi ‘dulce’ mente se le ocurrió la gran idea de estudiar medicina.

Regresamos para navidad, fecha que le encantaba festejar a Alejandro que lo volvía como un niño y al parecer a Bruno también. Era la primera vez que la pasábamos juntos y además con su ‘familia’, con sus amigos y una pareja que lo adoptó cuando él cruzaba los 10 años.




¡Cómo ha pasado el tiempo! Han sido casi dos años desde que él se fue de mi vida a crear y formar su vida. No di respuesta a la carta que Alejandro me envió. He buscado formas de comunicarme con él, pero no me atrevía a escribirle; solo trataba que mis pensamientos, que mis deseos se hicieran presentes para su bienestar, que se cumplieran. 




Aunque un día no soporté más estar en silencio y pensé que sería saludable brotar todo aquello que sentía y pensaba, que me diera una solución a esos días en las que no dormía cuando él aparecía en mis sueños, cuando de repente se robaba mis pensamientos...y le escribí, solo que esta vez con una decisión que tuve que tomar obligatoriamente. Le había dedicado escritos anteriormente con tanta melancolía, le había escrito cartas que nunca le llegarían pero sin embargo yo seguía escribiendo, y esta es una de las que redacté cuando sentí que ya debía hacer algo con esa presión que se siente en el pecho y con ese adormecimiento de la garganta donde no podían brotar palabras....

sábado, 27 de julio de 2013

'Bruno' (Parte III)


Fui a la cafetería de siempre a tomar algo que me amargara el sabor de la boca. Mi viaje placentero a mi lugar favorito no fue el mismo, se tornó tan distinto y tan confuso. 

Esa carta me dejó un sabor a olvido.

Lo leí nuevamente para tener la idea de un adiós final, de un adiós definitivo. Quise gritar o hacer algo que me quitara este malestar pero apareció Bruno, un compañero de las clases de arte que se había convertido en un amigo muy cercano desde que retorné a estudiar. Me miró con gran sorpresa y al ver mi expresión que... ¡qué sé yo qué expresión tenía!, se sentó al frente mío y le di la carta, lo leyó muy atentamente mientras pedía dos tazas de chocolate para ‘endulzar’ el momento, así como él lo dijo. No sabía si reírme o molestarme, pero opté por la primera. Era imposible molestarme con él ahora que lo pienso, porque siempre tenía una chispa de alegría en los ojos, una sonrisa como ninguna y su risa, contagiosa y esto él lo sabía.

Bruno era natural de Panamá pero creció en Italia. Sus padres tuvieron que huir del país por un problema con el gobierno y se instalaron en Nápoles, donde creció esquivando la mala suerte y el peligro pues tuvo que vivir solo ya que sus padres fallecieron en un accidente después de cuatro años que se habían trasladado. No conozco Italia pero cuando me enseñaba las fotos de ese país pareciera que surgía un deja vu, haciendo que me agradara demasiado aquel país. Yo había ido a España, con mi adorado Alejandro, pero nos fugamos a Paris donde empezaríamos a vivir nuestra historia romanticona con experiencias únicas y felicidad inmensa; Bruno también debió estar por ahí en esos años, viajando por todo Europa como lo quiso cuando era niño y ya no volvería a Panamá, aunque me enteré la semana pasada que fue a visitar a su querida abuela.

¡Mierda!, por qué... – no pude evitar decir esa palabra que no había salido de mi boca ni de mi mente en toda mi vida, pero no aguantaba el dolor y aquella palabra se perdió entre algunas lágrimas que creí desaparecidas. Brownie, como le decía yo, me tomó de la mano y me sacó de mi casa de consuelo y lectura para cartas, aquella a la que yo llamada el café de la esquina.

No me dijo nada mientras íbamos no sé adónde o tal vez me había dicho algo, solo que yo estaba muy centrada en aquellas letras que plasmó Alejandro. 

Subimos a un auto y todo el camino permanecí pensando, pensando, recordando, amando de nuevo y odiando sus palabras, creándome cosas en la cabeza, pensando, amando, odiando, pensando... 

¿Cómo sabría él si yo aún lo seguía amando? Cómo podía creer en sus palabras si no había sido sincero conmigo...

Lo he extrañado, no he de negarlo, pero no sé si lo siga queriendo.

Bajamos cerca a una plaza y caminamos hacia la playa que escondía poco a poco al sol. Nos sentamos en la arena y me dijo: ‘Cada que tengas que pensar y tomar una decisión, hazlo frente al mar’


Esa es una de las frases que me acompaña hasta ahora y es que no había conocido esa paz que se siente cuando se camina y se piensa frente al mar, sobre todo al sentir que la brisa choca en el rostro para aclarar los pensamientos más confusos.

viernes, 12 de julio de 2013

'La leyenda del Hada y el Mago'


El viento pasaba igual que las ideas, dejando con un suspiro abrumador el conocimiento y volviendo a la memoria la historia de aquel ser que fijado el destino lo tenía.

Esta era la historia de un mago que vivía en un bosque encantado a la lejanía de la ciudad, donde el paisaje y el clima podían alegrar un alma, menos el suyo. Había un clima muy cálido por las mañanas y en las tardes esta maravilla se transformaba en tinieblas en la misma puerta de la morada del mago. En uno de esos días cuando estuvo paseando cerca de un lago parlante se echó a llorar, pues a pesar de ser un gran mago no había podido encontrar la magia más hermosa y sincera del mundo: el amor.

Paseaba por el bosque secando sus lágrimas, encontrándose con la única compañía que tenía, su única amiga que lo veía cada noche, cada vez que el sol tiñera sus colores y todo se volviera negro, esa era la luna, la que le daba día tras día fuerzas y mudas palabras de aliento para soportar el vacío y la tristeza que llevaba dentro, ya que su destino era ese porque un hechicero lo maldijo y su larga soledad se ha hecho cumplir hasta el sol de aquella tarde que pasaba por entre las espesas ramas de los árboles.

Estuvo dando algunos pasos con la cabeza baja y al sentir una presencia la mirada alzó, encontrándose con una mujer de figura pequeña que denotaba una bella sonrisa y una misteriosa expresión, era un hada del bosque con la que empezó a encontrarse cada noche en compañía de la luz de la luna y desde ese momento se enamoraron.

El hechicero malvado de esto se había enterado y desafiando al joven mago fue a encontrarlo. Atacó a los amantes y a cada uno de los que se encontraban en el pueblo menos al mago ya que por su sangre era inmune a poderes para ninfas y animales. El hechicero se posó frente a él y de un modo desafiante y burlesco le dijo:

- ¿Recuerdas la maldición que te puse cuando eras joven?

- Claro que lo recuerdo maldito, si gracias a ti no he podido ser feliz.

En esa pequeña discusión en la que se hallaban, el hada reaccionó de su sueño, el hechicero astuto en un movimiento en su lado estaba dejando atrás al mago al cual le arrojó un poder y dejó inmóvil al mago. Se llevó al hada y el mago por el hechizo solo pudo ver como poco a poco se alejaba con el amor de su vida.

En su castillo, día y noche el mago pasaba pensando la manera de volver ver a su amada, para que le devolviera su amor y su dulce mirada con las que días anteriores feliz y enamorado estaba.  

Al fin, de unos cuantos meses el mago halló a su amada, en la torre de un castillo olvidado que había ocupado el hechicero. De un solo soplo la puerta derrumbó y al castillo con ansias entró, corrió hacia el último cuarto de la torre pero en una trampa cayó, se liberó rápidamente y a su amada fue a rescatar aunque al hechicero fue a encontrar.

“Libere a mi hada, o mi vida y mi sueño arriesgaré para poder a mi hada volver a ver”. El malo de esta historia poco o nada se rió pero con una mirada seria le dijo: “Ni lo pienses, no seas estúpido. Esa hada me servirá para conquistar el mundo y si el llanto te logro sacar, pues estas destinado a llorar”, el mago de rabia y frenesí sangriento se armó. Poder por aquí, poder por allá, pero al final sólo uno podía ganar; mal herido se encontraban pero aún así el mago luchaba por su amor y el hechicero solo por diversión, hasta que el mago de un golpe propinó e hizo acabar la vida del hechicero –al menos eso pensó él- pues se retiró y en busca de su hada se marchó.

Al llegar a la celda rompió el candado y la puerta tumbó, con un beso y un abrazo el hada lo recibió pero el romance duró muy poco pues el hechicero mal herido reapareció y atacando al mago con un puñal gritó: “No te dejaré ser feliz rufián, por eso te voy a matar”, un ataque lanzó tan fuerte que al mago impactó y el hada en llanto una daga cogió y en un ojo al hechicero se la clavó. Luego corrió donde su amado y entre sus brazos sus últimas palabras pronunció:

“Hada, hermosa… yo luché por este amor pero la traición del destino no nos dejó continuar. Ya no quiero verte llorar, quiero que sonrías y recuerdes a este mago al que compañía le diste y le enseñaste lo que significa amar y que dio su vida por ti..

¿Tú darías la vida por proclamar un amor?
 
----Micoadt y Helena H.--
(Este relato fue escrito por mi amigo y yo lo ayudé con algunas cosas, era aún más largo el cuento. participamos con este escrito en un concurso- inspirado en una canción de rata blanca)