A casi dos meses de tu ausencia, aún sigo extrañándote.
A veces, la gente imagina que las mascotas pueden ser reemplazadas rápidamente como quien cambia de traje, como quien compra otros platos que le parecen mejores que el anterior, con un mejor diseño, un buen material… pero tú, mi amigo, no eres alguien suplantable.
Cómo olvidar cuando en medio de una seudoguerra con una profesora te tuve entre mis brazos a pocos días de mi cumpleaños. Recuerdo que lloré cuando te llevaron y mencioné a escondidas palabras de desafío a esa persona que te apartaba de mi lado. Mas luego regresaste, todo rechoncho, lleno de leche, a medio dormir, todo calentito y te dejé en una caja de cartón en la cocina. Iba a visitarte de vez en cuando, de puntillas, tan alegre como una niña de 7 años, ni si quiera encendía la luz para no molestarte y poder verte dormir. Fuiste en ese entonces como mi hijo. Como un hijo rescatado. Entre todos los que fuimos a ayudar a tu madre que parecía estar envenenada, nos hicimos cargo de ti y tus hermanos, mientras nos agenciábamos de insumos, incluso evadiéndonos del colegio, porque no podríamos dejarlos así, tan pequeños, con casi un mes de vida y tan penoso que sería estar sin su madre; sin embargo, todo apuntaba a que iba a ir mal y te escogí a ti porque me mordiste y ladraste para espantarnos, a nosotros los extraños, y te llevé conmigo para ocupar un lugar en mi casa, pero te quedaste eterno en mi corazón.
Matthias Chocolate fue tu primer nombre. Me gustaba la idea de colocar un nombre diferente a mi nuevo perro, pero no duró mucho y se quedó con Ruffo o Ruffus o Ruffino y todas las derivaciones que a lo largo de los años solía llamarte. Veinticuatro de mayo se quedó como tu cumpleaños, a tres días de los míos y cómo no íbamos a celebrar el tuyo, mi querido amigo.
Me quiebro ante tu recuerdo, porque hoy que volví a mi rutina habitual, tu sabes, el de ir a comprar las cosas para la casa y de fugarnos al parque un rato, no se pudo concretar.
Hiciste falta cuando al terminar de alistarme para salir quise llamarte y que tu bajaras por esas escaleras, donde solíamos correr o yo me sentaba contigo a hacerte masajes o simplemente a consolarte cuando tenías miedo de los terribles sonidos de los fuegos artificiales, hiciste falta ahí, porque te esperé, esperé a que bajaras rezongando, jadeando, mirándome con esos ojos color caramelo, inquieto, llorando por las ganas de salir y poder hablarte, indicándote que deberíamos caminar tranquilos por la acera y mojándote la cabeza para que no sientas tanto el calor.
Entonces salí donde ahora descansas y lo regué un poco, ya que hoy el sol nos despertó.
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