Casualidades de encontrarte
Quién sabe si lo que llaman destino existe en verdad, que lo que se dice en novelas de corte romántico pueda ocurrir en la vida real, quizá solo fue una ilusión efímera y posiblemente recreada por la a veces engañosa mente.
Pero apareciste ahí. Llegaste tarde a clase, corriendo y algo sorprendido frente a nuestras miradas atentas a la profesora de francés.
Era una figura alta y delgada, de cabello algo ondulado.
Recuerdo que vestías de negro y llevabas una gorra que ordenaba tu cabello, que hasta entonces no sabía que no peinabas. Yo te vi llegar y sólo atiné a ver el reloj para confirmar tu tardanza.
Te sentaste al último, como definiendo un estereotipo de esos chicos que poco interés le toman a la clase.
Hora de empezar la primera página de nuestro libro de lecciones y habías olvidado el tuyo. Lo que sucedió después fue una suerte de aquellas que no tengo, la suerte de haberte conocido.
Para ese entonces yo era una chica bastante tímida y es que en realidad no sabía hacer amigos y no era de mi interés ya que tenía mi música lo cual era suficiente para mí.
Nos juntamos de pronto para iniciar la típica conversación de cuando uno aprende idiomas: el hola y el cómo te llamas. Sólo me había fijado en tu cabello hasta ese momento, pero no entiendo cómo pude haber obviado tus ojos, esos ojos negros que se tatuaron en mi mente. Hasta el momento era todo hasta que vi tu sonrisa, tan dulce que hacían brillar tus ojos. Algo se conectó entre los dos que nos reíamos cuando hacíamos ese diálogo. Supe tu nombre, qué estudiabas y tu tan tonta excusa de cuando llegabas tarde. A ti te gustaron mis zapatillas rojas que hasta querías intercambiarlas y creo que de eso nos reíamos, los dos encerrados en una irrealidad que ignorábamos a lo demás.
De ahí no nos separamos.
Íbamos juntos a desayunar, queríamos comprarnos esa hamburguesa de plástico que exhibían en la panadería de la esquina, nos quedábamos juntos a ver desde la ventana de nuestro salón a esos autos que estaban estacionados en la calle o jugábamos a vernos por las ventanas cuando tu ocupabas el que estaba al lado, o jugábamos con nuestros dedos para ver quien presionaba más rápido el pulgar, a veces te ibas con otros amigos y por mi parte hacía lo mismo, pero en algún momento del día volvíamos a vernos, ya sea en las ventanas preguntándome que escuchaba o cuando caminábamos por la calle y nos sonreíamos cómplices de una magia que se creaba entre los dos, pero nada fue dicho, ni de tu parte ni la mía.
Una vez en plena clase me enviaste una nota, donde dijiste que me querías y yo te respondí con uno igual aunque sonrrojada al entregarte la respuesta. Nos esperamos como lo hacíamos usualmente pero no hablamos del tema y éramos felices así.
Hicimos muchos más amigos juntos y casi al terminar el periodo de clase, se les ocurrió la gran idea de hacer una reunión a la que me pediste entusiasmado que fuera, pero yo sabía bien que eso no era lo mío y sólo dejé un quizá en el aire.
Lunes nuevamente y estábamos en semana de exámenes, yo ya no iba a continuar porque empezaba el internado de mi carrera y fue entonces donde todo cambió para los dos de la noche a la mañana. Ese día ni tu ni yo nos acercamos, quien sabe por qué, te fuiste por tu lado mientras que yo me quedaba por la ventana, sin apetito, viendo hacia ese almacén de autos. Solo vi que una sombra se dirigía a mi pero algo lo detuvo y cuando voltee pude comprobar tu presencia detenida por quien sabe qué.
Una amiga que regresaba se acercó a mi y me contó algo que para ese entonces me fue muy extraño, se acercó y con cierto tino logró contarme que mi amigo de la magia y una chica que estudiaba con nosotros se habían dado un beso y por consiguiente iniciaron una relación. Respondí a su relato con una calma que siempre me ha caracterizado pero algo dentro mío hizo un sonido, quizá de ruptura, aunque fue algo ligero. Yo lo quería, y seguro que mucho pero como una ilusión, nada se dijo entre nosotros y no había reclamo o por qué cambiar. Ahí empecé a comprender por qué se alejó ese día y otros tres más de mí, hasta el punto que no nos mirábamos, a pesar de que insistía hacer contacto visual con él, sus ojos me eran esquivos y su presencia se alejó hacia el lado contrario de donde solíamos sentarnos.
El último día logramos por fin hablar. Empezado el receso me quedé en el aula escribiendo quizá algo de despedida, lo que usualmente suelo hacer cuando me siento aburrida, vi que él se fue rápido pero me percaté que su mirada se posó sobre mí y no le correspondí, habían sido cuatro días de indiferencia.
Salí a ver esos últimos carros de ese almacén y vi que por la ventana contigua me miraban tus ojos negros y te miré extrañada invitándote a acercarte y así lo hiciste. Nos juntamos nuevamente para mirar por la ventana y a pesar de que se nos acababa el tiempo nos fuimos a caminar a esa tienda como quien recogiera sus pasos. Me contaste, con una expresión de culpa, que estabas saliendo con alguien y yo te pude dar calma con mi respuesta sosegada y el mismo trato que nos teníamos. Me diste un abrazo y yo correspondí a tu calor, quizá como una despedida.
Nuestras palabras nunca expresaron nuestro amor ilusorio y platónico pero lo hacían nuestros gestos y nuestro cuerpo y ese abrazo fue la comunicación más sincera y profunda que nos unió.
Me sentía feliz de recuperar a un amigo, no estaba preparada para empezar una relación y me sentí aliviada de que no fuera yo la persona con quien él estaba.
En mi trabajo, había un títere que me recordaba a ti, por tu cabello desordenado que descubrí cuando un día te saqué la gorra que llevabas y corriste para recuperarlo, me gustaba tu cabello en ondas, ligeramente castaño pero lo que me fascinaban eran tus ojos, tus ojos negros y brillantes, tus ojos sinceros de niño que aún guardo en la memoria.
Después de todo, nos volvimos a ver pero la distancia había marcado en algo nuestra amistad. Luego de un tiempo de terminado las clases, nos encontramos en un seminario y conversamos con nuestra misma magia, pero esa fue la última vez que supe de ti, mi memoria ha borrado tu rostro pero tu mirada sigue intacta y con ello las grandes emociones que había sentido.
Me sentía feliz de recuperar a un amigo, no estaba preparada para empezar una relación y me sentí aliviada de que no fuera yo la persona con quien él estaba.
En mi trabajo, había un títere que me recordaba a ti, por tu cabello desordenado que descubrí cuando un día te saqué la gorra que llevabas y corriste para recuperarlo, me gustaba tu cabello en ondas, ligeramente castaño pero lo que me fascinaban eran tus ojos, tus ojos negros y brillantes, tus ojos sinceros de niño que aún guardo en la memoria.
Después de todo, nos volvimos a ver pero la distancia había marcado en algo nuestra amistad. Luego de un tiempo de terminado las clases, nos encontramos en un seminario y conversamos con nuestra misma magia, pero esa fue la última vez que supe de ti, mi memoria ha borrado tu rostro pero tu mirada sigue intacta y con ello las grandes emociones que había sentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario